martes, 9 de agosto de 2011

El mito de la cigüeña




Es hora de que lo sepa: no fue una cigüeña quien nos trajo al mundo. Nos mintieron. Ahora
cierre la boca y deje de mirarme como un papanatas. La verdad científic a del asunto, aunque
suene duro, es que nacimos debajo de un repollo. Asúmalo. Pero ahora lea cómo nace la
patraña del pajarraco volador.
La leyenda de la cigüeña comenzó en Alemania y Suecia. Cada primavera, luego de pasar el
invierno en Africa, las cigüeñas volvían a Europa (y siguen haciéndolo, cuando el cambio del
euro las favorece). En su regreso buscaban sitios altos para anidar, y muchas de ellas lo hacían
en las chimeneas o en los techos de las casas. La gente comenzó a creer que eso era un signo
de prosperidad para los dueños de casa, asociándolo también a la llegada del clima cálido que
anunciaban. El problema era que, después de determinada edad, los chicos comenzaban con
las preguntas molestas:
–Papá, ¿qué es eso que tenés entre las piernas?
–Mamá, ¿el ser es contingente o necesario?
–¿De dónde salen los bebés? ¿Es recomendable la fertilización in vitro?
Y así. Atorados frente a las preguntas, los padres empezaron a decirles que las cigüeñas traían
a los chicos, y que la madre debía guardar reposo porque generalmente, cuando tomaba la
cesta con el bebé, era mordida por el ave.
La elección del pájaro, sin embargo, no fue muy feliz: las cigüeñas no son padres muy
recomendables y, a falta de comida, pueden dejar que mueran de hambre sus crías para no
tener que alimentarlas. En casos extremos, también pueden comerse a sus pichones. Enterado
de esta costumbre, ahora vaya a ver a su madre agradeciéndole que nunca lo metió en el
horno.
(Fuente: Thoughts for the Throne. The Ultimate Bathroom Book
of Useless Information, por Don Voorthees)






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